Hola. Mi nombre es Jennifer Torres Morera. Soy comunicadora social y periodista. Tengo veinticinco años. Trabajo medio tiempo en la Universidad Nacional de Colombia, en la Facultad de Agronomía. En mi otro medio tiempo laboral personal, tengo un emprendimiento con mi novio acerca de la prevención del abuso sexual infantil, del cual se están generando un sitio web, una cartilla y una app de realidad aumentada. Los fines de semana aprovecho el día sábado para pasear casi todo el día con mi compañero sentimental y con Amy, mi compañera canina de raza Beagle que recogí de las calles de Soacha. El día domingo hago un voluntariado siendo profesora de español y lenguaje para adultos mayores en la Asociación Codo a Codo.

Cada domingo, al caminar por las calles de Altos de la Florida, en Soacha, no puedo evitar recordar cómo inició mi relación con Codo a Codo. Fue a los once años. Hasta ahí, mi vida se resumía en una infancia llena de pobreza y maltrato. Mi madre, una joven de diecisiete años, una campesina, de un pueblo muy pobre cercano a Bogotá, mi madre, una de los once hijos que tuvo mi abuela, fue accedida carnalmente por su jefe mientras trabajaba como niñera para él. De ese abuso nací yo. Mi madre me abandonó en la casa de mi abuela en una zona rural. Básicamente fui criada con desamor, brusquedad y en un entorno de pobreza absolutamente marginal. A los ocho años mi mamá volvió por mí para que le ayudara a criar a los seis hermanos menores que ella había tenido para entonces, y el otro hermano del cual estaba embarazada, hermanos que solo conocí hasta esa edad. Inmediatamente nos trasladamos al departamento del Tolima, de donde seis meses más tarde huiríamos desplazados por la guerrilla.

Llegamos a Soacha en un camión de carga pagando el pasaje con una gallina. Una vez allí, por misericordia, un señor nos permitió vivir en un cuarto de su casa. En ese momento ya éramos diez personas en el núcleo familiar, ocho hermanos, mi madre y además estaba mi padrastro, quien representó lo más vil y cruel en mi vida en todos los sentidos. Dormíamos hacinados y entre ratas, por lo que yo debía estar siempre despierta mientras los demás dormían para evitar que mordieran a mis hermanos. Durante varios años la situación no fue muy diferente. El maltrato y abuso fue constante. Yo lavaba la ropa de los diez, cuidaba a mis hermanos y trabajaba con mi hermana menor vendiendo cebolla en una carreta, puerta a puerta por los barrios de Soacha. También trabajaba limpiando casas, recogiendo chatarra o incluso haciendo tamales, los cuales se cocinaban en un potrero cercano a mi casa, en donde me dejaban sola o con mi hermana cocinando los tamales hasta el otro día. Los sábados me enviaban al matadero del sur de Bogotá a mendigar algo de carne para la familia. Los domingos, me enviaban en un bus de media noche a la central de abastos en Bogotá a mendigar desde las tres de la madrugada por fruta y todo lo que se pudiera recoger.

Un día fuimos a un comedor comunitario de Soacha y ahí nos presentaron a la hermana Norma Inés Bernal. Mi padrastro le pidió un préstamo para comprar los insumos y preparar comida callejera. Mi madre y yo preparábamos la comida y luego yo la vendía puerta a puerta acompañada de alguno de mis hermanos. Después de esto, mi familia continuó pidiéndole préstamos a la Asociación Codo a Codo, dinero que muchas veces mi padrastro gastaba en licor. Entre tanto, yo inicié una relación con la hermana Norma y por supuesto con la Asociación. Gracias a Codo a Codo, aunque tuve que seguir trabajando en distintas formas, ya no tuve que mendigar por comida los fines de semana. Por cada uno de los niños de mi familia, la Asociación le entregaba a mi madre un subsidio educativo con el que en realidad comprábamos la comida. Codo a Codo también nos brindó apoyo escolar a manera de tutorías. Lo que más me marcó en ese entonces fueron las clases de pintura, ya que se convirtieron en el único espacio que había tenido en mi vida en el que no existieran malos tratos ni obligaciones. En ese espacio, en esas clases, yo podía imaginar, podía crear, podía pensar que existía otra forma de vivir. Al final de las clases, la profesora siempre me decía que mis obras eran muy buenas, que yo tenía mucho talento, algo que no había escuchado jamás.

Jennifer con su familia en fiesta de navidad de Codo a Codo, edad 13 años.

Indudablemente, mi situación había mejorado, pero el maltrato, el acoso de mi padrastro y en general mi realidad intrafamiliar, permanecían iguales. A pesar de esto, el hecho de ir una vez al mes a la iglesia del barrio donde vive la hermana Norma, iglesia que en ese entonces Codo a Codo usaba para las reuniones y los refuerzos escolares, me daba ánimo. Ese sábado del mes yo podía por fin darme cuenta de que había otras formas de existir, más allá de mi entorno próximo. Ver a las profesoras, escucharlas hablar, ver cómo se relacionaban con sus hijos, muchos de los cuales asistían a los refuerzos escolares, en donde algunos de ellos incluso nos enseñaban, era algo que me permitía salir, al menos por unas horas, del mundo que yo creía predestinado para mí. Ir una vez al mes a Codo a Codo me permitió pensar en cambiar mi vida. Para ese momento yo tenía dieciséis años, casi diecisiete, y acababa de terminar mi bachillerato.

Unos años atrás, había conocido a un pastor que ayudaba a niñas de entre cinco y ocho años con situaciones iguales o peores a la mía. Él me ofreció vivir con ellas, en una casa, siendo una especie de “hermana mayor”, aunque en realidad me dedicaba a mantener la casa arreglada, cocinar para las niñas y algunos miembros de la comunidad, bañarlas, llevarlas al colegio, darles de comer, ayudarles a hacer tareas y otros oficios varios, sin recibir ninguna remuneración económica. A pesar de lo duro que era para mí llevar a cabo todo lo descrito, no era mucho más de lo que debía hacer al estar con mi familia, y por lo menos aquí no me maltrataban, principalmente, no tenía que soportar el acoso sexual incrementado por parte de mi padrastro. Después de un tiempo de estar en esta situación, recibí la grata noticia de que Codo a Codo me había conseguido un patrocinador para cursar una carrera universitaria. Mi precaria educación me hacía dudar, pero tener la posibilidad de llegar a estudiar en una universidad, fue algo que de nuevo me hizo soñar.

Con constantes adversidades, pero con la ayuda de Codo a Codo, que además del patrocinio me apoyaba con dinero para el transporte, logré estudiar mi carrera en jornada nocturna. Además, en el colegio donde estudiaban las niñas a mi cuidado, logré dictar clases de arte para los niños. Con esto conseguí mantenerme. Al cumplir veintiún años, salí de esa casa y con mucha dificultad empecé a pagar una habitación cerca de la universidad. En ese momento sólo me restaban dos semestres para culminar la carrera de Comunicación Social y Periodismo. Durante esos dos últimos semestres pude dedicarme más a fondo al estudio y entre los cursos finales asistí a uno que se llamaba Comunicación para el Cambio Social. Este espacio de nuevo me inspiró, pensé en generar un emprendimiento, desde la educomunicación, que ayudara a que personas con experiencias de vida similares a la mía, pudieran de alguna manera encontrar al menos una chispa de luz en la oscuridad. Finalmente, culminé mi carrera sin perder un solo semestre. Con el apoyo de mi actual compañero, decidí llevar a cabo el emprendimiento que mencioné en un principio. Claro que esto es por ahora tan solo otro sueño, ya que para lograrlo a cabalidad debo continuar mi formación profesional. Mi aspiración es estudiar una maestría en la Universidad Nacional de Colombia, ya sea en educación o en comunicación y medios. Por ahora no he podido acceder debido a dificultades económicas, pero sé que lo lograré. Definitivamente, Codo a Codo, en cabeza de la hermana Norma y toda la gente que financia la Asociación, me ayudaron a cambiar mi vida y siguen ayudando a cambiar la vida de muchos.

 

Quizás para algunos mi historia parezca singularmente trágica, pero es una historia que se repite a diario en zonas marginales como Altos de la Florida.

Jennifer Torres Morera
Comunicadora social y periodista